Unai siguió el rastro de aquella presencia por entre las hojas y los árboles hasta que escuchó la hermosa voz que le dio respuesta. Se giró y vio la figura masculina de un joven hermoso de cabellera oscura en el agua. Sin duda alguna, era rápido y se movía con agilidad por el bosque. Unai había oído muchas historias sobre faunos que le contó su madre pero hasta ese preciso momento nunca había visto a ninguno. El sol de la mañana recortaba la figura del fauno al contraluz dándole una apariencia aún más mágica y seductora. El agua le cubría hasta la cintura y los movimientos de remo que el visitante hacía con los brazos resaltaban los volúmenes de su torso, hombros y bíceps.
Entonces le vio acercarse y salir del agua al tiempo que se le hablaba a Unai. Fue una visión realmente impactante lo que los ojos del pastorcillo vieron en ese momento: El fauno era un joven alto, fuerte, dueño de una figura asombrosa y espectacular. Ese cuerpo cubierto de un sedoso y abundante vello oscuro, los muslos bien formados y sostenidos por ese par de patas con sólidas pezuñas sedujo a unai por completo. Vio como el agua se escurría por entre las ingles del fauno proporcionándoles un brillo y espesura espectaculares. Aquel ser emanaba una masculinidad prodigiosa, una fragancia viril que embriagaba como el incienso de los festines de primavera. Unai de manera espontánea y natural se cubrió el sexo con sus manos, no por pudor sino más bien por el respeto y admiración que le provocaba el visitante.
- No...
Se atrevió a decir el pastorcillo
El fauno que momentos antes hizo intención de marcharse, giró la cabeza con sonrisa maliciosa.
"No , no te vayas"- respondió el omega- Yo tenía intención de hacer una hoguera para calentarme después del baño. Mi madre me ha metido en el zurrón varias cosas para el almuerzo... puedo compartirlo contigo, si tienes hambre.
Unai, era un joven tímido y reservado. Nunca hablaba con extraños pero la fascinación que le producía aquel hermoso ser le hizo ser más osado de lo habitual.
- Me llamo Unai, esas ovejas blancas que ves en la colina son mi rebaño. Ahora están alimentándose de hierba fresca y aquella silueta que ves correteando entre ellas es Oriol, mi perro.
Entonces los dulces y virginales ojos del chico vieron lo que momentos antes no se atrevían a mirar... la protuberancia que asomaba bajo la tela que cubría la entrepierna del fauno. El muchacho no entendía por qué aquel olor y aquella presencia le calentaba la sangre, era como estar bajo los efectos de una fiebre dulce que excitaba sus sentidos. Se vistió con su túnica y empezó a encender el fuego.
Entonces le vio acercarse y salir del agua al tiempo que se le hablaba a Unai. Fue una visión realmente impactante lo que los ojos del pastorcillo vieron en ese momento: El fauno era un joven alto, fuerte, dueño de una figura asombrosa y espectacular. Ese cuerpo cubierto de un sedoso y abundante vello oscuro, los muslos bien formados y sostenidos por ese par de patas con sólidas pezuñas sedujo a unai por completo. Vio como el agua se escurría por entre las ingles del fauno proporcionándoles un brillo y espesura espectaculares. Aquel ser emanaba una masculinidad prodigiosa, una fragancia viril que embriagaba como el incienso de los festines de primavera. Unai de manera espontánea y natural se cubrió el sexo con sus manos, no por pudor sino más bien por el respeto y admiración que le provocaba el visitante.
- No...
Se atrevió a decir el pastorcillo
El fauno que momentos antes hizo intención de marcharse, giró la cabeza con sonrisa maliciosa.
"No , no te vayas"- respondió el omega- Yo tenía intención de hacer una hoguera para calentarme después del baño. Mi madre me ha metido en el zurrón varias cosas para el almuerzo... puedo compartirlo contigo, si tienes hambre.
Unai, era un joven tímido y reservado. Nunca hablaba con extraños pero la fascinación que le producía aquel hermoso ser le hizo ser más osado de lo habitual.
- Me llamo Unai, esas ovejas blancas que ves en la colina son mi rebaño. Ahora están alimentándose de hierba fresca y aquella silueta que ves correteando entre ellas es Oriol, mi perro.
Entonces los dulces y virginales ojos del chico vieron lo que momentos antes no se atrevían a mirar... la protuberancia que asomaba bajo la tela que cubría la entrepierna del fauno. El muchacho no entendía por qué aquel olor y aquella presencia le calentaba la sangre, era como estar bajo los efectos de una fiebre dulce que excitaba sus sentidos. Se vistió con su túnica y empezó a encender el fuego.